miércoles, 19 de abril de 2017

Aviones

El otro día, cuando salía del colegio, miré al cielo y vi la intersección que el rastro de dos aviones que acababan de pasar había dibujado. En ese preciso momento, me acordé de todas esas veces en las que he coincidido con alguien que, de alguna forma u otra, me ha hecho ver la vida de otra manera. Encuentros casuales, personas que están ahí en el momento propicio, en el lugar oportuno, que terminan formando parte de tu día a día. Y, más tarde, tal vez... se irán. La mayoría quizás no vuelvan.

A veces me pregunto si habrá algo de cierto en éso de que el destino ya está escrito. Tengo que reconocer que es una idea que me aterroriza bastante, pues, de ser cierto, nuestra capacidad de elegir libremente lo que queremos, de determinar qué o quién debe pertenecer a nuestras vidas, a nuestro ámbito más personal, estaría totalmente en manos de la popular creencia de que todo, absolutamente todo, ya fue escrito mucho antes de que nosotros llegáramos a este mundo. 

Tal vez seamos como uno de esos aviones cuyo rastro me sorprendió aquella tarde; estelas rápidas, fugaces y transitorias que vamos coincidiendo en nuestro devenir diario con otras tantas. 

No sé hacia dónde me dirijo. De momento, me conformo con seguir dejando rastro allá por donde voy, aunque éste se difumine con el tiempo y tal vez los años, presurosos y veloces, lo borren por completo.