miércoles, 28 de junio de 2017

Sobre la frustración

Una de las cosas que más y mejor he aprendido durante mi aventura "granaína" ha sido a lidiar con la frustración. No es que yo estuviera acostumbrada desde siempre a saborear las mieles del triunfo, que una hace lo que puede pero es más bien dada a meter la pata de vez en cuando, como todo el mundo. Lo que sí es cierto es que estaba malacostumbrada a que las cosas me salieran bien (demasiado bien, diría yo) en lo que al ámbito académico se refiere. No sé si soy la más indicada para ensalzar el historial de buenas notas que tengo a mis espaldas desde que empecé a hincar los codos a conciencia con apenas doce años, pero es la verdad. Hasta que terminé la carrera, siempre me consideré una buena alumna, responsable y trabajadora. Bastaba con ir a clase, reunir unos buenos apuntes, dedicarles tiempo y ganas a los libros y darlo todo en la evaluación final. Sin embargo, cuando sales de esa esfera de progresión académica en la que todo parece estar tan perfectamente estructurado y bien atado, las cosas no son tan sencillas.

A veces sucede que pasas varios días encerrada en la biblioteca, reuniendo material bibliográfico, leyendo y traduciendo artículos, consultando fuentes extranjeras, esforzándote al máximo en un trabajo, y los resultados no son exactamente lo que esperabas. Porque sí, porque tu profesor ha decidido que no mereces más nota de la que tienes, o porque quizás no lo hiciste tan bien como pensabas. Y no pasa nada, de verdad. Te enfadas, claro que te enfadas, porque has invertido gran parte de tu tiempo y tu esfuerzo en hacer algo de la mejor manera posible, pero tras la pataleta inicial acabas asumiendo que una nota no mide ni tu capacidad intelectual, ni tu maestría académica, ni mucho menos te garantiza un futuro prometedor repleto de éxito y felicitaciones. Ojalá... Pero no es así.

Con la vida real, ésa que va más allá de los límites de la biblioteca y las paredes de la facultad, sucede lo mismo. A veces luchas por prosperar en algo en lo que crees firmemente, por avanzar en un proyecto que realmente te gustaría que viera la luz, como montar un negocio, hacer un viaje o, simplemente, sacarte el carnet de conducir. En ocasiones saldrá todo bien. Otras tantas, no será así. ¿Y qué pasa entonces? Que solemos culparnos a nosotros mismos de nuestra propia desgracia, lamentándonos de no haber hecho las cosas mejor, sintiéndonos derrotados, inútiles, cuando el fracaso llama a nuestra puerta. Y es que parece que en la sociedad en la que vivimos no estamos acostumbrados a lidiar con lo negativo, lo desagradable, lo feo, lo que nos produce tristeza y desánimo. Es lógico que, como seres humanos, tendamos a buscar paz, consuelo e inspiración en aquellas cosas que nos hagan felices, pero considero que también es necesario aprender desde pequeños y finalmente asumir que el fracaso existe, que las cosas no siempre salen como uno desea, y que no pasa nada, porque al final la vida seguirá y puede que incluso tengamos más oportunidades de intentarlo.

El niño llora cuando su torre de LEGO se desarma y cae al suelo, cuando hay lentejas para comer en lugar de macarrones con queso, cuando esa tarde no le llevan al parque porque hace mal tiempo. Con el paso de los años, sacará buenas y malas notas, tendrá relaciones inolvidables con personas maravillosas y sufrirá por culpa de otras, conseguirá un buen puesto de trabajo o tal vez saltará de contrato temporal en contrato temporal basura. Porque la vida es éso: alegría y decepciones, éxitos y fracasos, bondad y maldad, y así seguirá siendo siempre. No todo es bonito, atractivo, inolvidable, maravilloso, increíble, estupendástico, de color de rosa. No siempre, al menos. Y, repito, no pasa nada, absolutamente nada. Forma parte de la vida, de vivir, que para éso estamos aquí.


viernes, 19 de mayo de 2017

El vaso medio vacío

Lo reconozco, no soy una persona precisamente optimista. Tampoco me considero el colmo del pesimismo, pero es cierto que pensar en positivo no es algo en lo que destaque especialmente. Últimamente me ha dado por plantearme si tal vez los mayores errores que he cometido o las buenas oportunidades que han pasado ante mis ojos sin pena ni gloria se deberán a esta actitud tan derrotista que a veces no puedo evitar tener. Y, aunque bien es cierto que a veces lo veo todo muy negro y me cuesta vislumbrar algo de luz allá a lo lejos del túnel, al final, por muy enfadada que esté conmigo misma, siempre sigo adelante con lo que lleve entre manos. Si realmente me merece la pena, claro.

Yo sé que pensar en positivo es sano para la mente y para el corazón, pero a veces cansa demasiado. Me cansan las frases del tipo "algo bueno vendrá", "ya tendrás otras oportunidades, "seguro que todo saldrá bien". Porque no todas son reales, porque la vida a veces te lleva por donde menos imaginas y todo se tuerce. Y no pasa nada, demonios. Asumir el fracaso, la derrota, la frustración, también forma parte de nuestro recorrido vital, de las experiencias que vamos sumando día a día. Errar en aquello que tanto anhelábamos no es el fin del mundo, pero parece que tendemos a evitar recrearnos por un tiempo en nuestros propios errores, en aquello que hicimos mal o que podríamos haber hecho muchísimo mejor. Somos humanos; nos equivocamos, metemos la pata, nos precipitamos y en ocasiones no actuamos cuando debemos hacerlo. Las cosas no siempre salen bien, ni como lo habíamos planeado exactamente, y tampoco está tan mal. 

Quizás el problema realmente esté en que no estamos acostumbrados a lidiar con el lado gris de la vida. Y es comprensible, claro que lo es. Por instinto, tendemos a buscar la parte más fácil de cada situación, buscamos cobijo en aquéllo que nos resulta amable, esperanzador, alegre, prometedor. Nos asusta lo oscuro, la derrota, el fracaso, lo que no promete nada. Es por ello que siempre miramos al horizonte, buscando un atisbo de luz, algo o alguien que nos asegure que todo saldrá bien, que las cosas se resolverán de la mejor manera posible. Lo que sucede es que no siempre termina siendo así... y tampoco pasa nada.

No es malo ver el vaso medio vacío, prever un final catastrófico para una situación concreta, anticiparnos con más miedo que ilusión a algo que no termina de pintar bien. Los pesimistas medio realistas también existimos, y luchamos por hacernos un hueco en este mundo harto de filosofía coelhista y merchandising de Mr Wonderful. A veces lo intentas con todas tus fuerzas, luchas, te ilusionas, pones todo de tu parte, y las cosas salen mal. Y no pasa nada. No hace falta que le pongas "una nota de color a los días grises" ni que pienses que eres el mejor en lo que haces porque, ojo, posiblemente no lo seas. Y tampoco pasa nada, porque no tienes que serlo; nadie te lo exige. No compites con ninguna otra persona más que tú mismo. Caer está permitido, forma parte de las reglas del juego. Y tienes derecho a la pataleta, a cabrearte con el resto del universo,  a acostarte a las cinco de la mañana con los ojos hinchados de Teletienda y sobreexceso de azúcar. Permítete regodearte en tu propio fracaso, asumir que sí, que esta vez lo has hecho mal, que te has equivocado. Y después, sigue con tu camino. Haz las cosas lo mejor que puedas y sepas. Y si realmente te merece la pena, vuelve a intentarlo. 

Aprende a navegar en tu vaso medio vacío.


miércoles, 19 de abril de 2017

Aviones

El otro día, cuando salía del colegio, miré al cielo y vi la intersección que el rastro de dos aviones que acababan de pasar había dibujado. En ese preciso momento, me acordé de todas esas veces en las que he coincidido con alguien que, de alguna forma u otra, me ha hecho ver la vida de otra manera. Encuentros casuales, personas que están ahí en el momento propicio, en el lugar oportuno, que terminan formando parte de tu día a día. Y, más tarde, tal vez... se irán. La mayoría quizás no vuelvan.

A veces me pregunto si habrá algo de cierto en éso de que el destino ya está escrito. Tengo que reconocer que es una idea que me aterroriza bastante, pues, de ser cierto, nuestra capacidad de elegir libremente lo que queremos, de determinar qué o quién debe pertenecer a nuestras vidas, a nuestro ámbito más personal, estaría totalmente en manos de la popular creencia de que todo, absolutamente todo, ya fue escrito mucho antes de que nosotros llegáramos a este mundo. 

Tal vez seamos como uno de esos aviones cuyo rastro me sorprendió aquella tarde; estelas rápidas, fugaces y transitorias que vamos coincidiendo en nuestro devenir diario con otras tantas. 

No sé hacia dónde me dirijo. De momento, me conformo con seguir dejando rastro allá por donde voy, aunque éste se difumine con el tiempo y tal vez los años, presurosos y veloces, lo borren por completo.





martes, 28 de marzo de 2017

Mi sueño se llamaba Granada

Cuando tenía dieciocho años soñaba con dejar mi ciudad natal e irme a estudiar a Granada. En ese momento no pudo ser, no sólo porque la economía familiar no lo permitiera, sino también porque no me atrevía a dar el paso. Era una niña con grandes metas e ilusiones, pero también con demasiados miedos e inseguridades.
Ayer mismo volví a Granada después de pasar unos días en mi mar. Mientras el autobús lleno de estudiantes somnolientos se acercaba a la estación, miraba a lo lejos las montañas nevadas de la sierra, el verdor que rodeaba el paisaje, tan alejado de la desértica explanada que se extiende a lo largo y ancho de mi tierra. Ahora estoy aquí, comparto piso con dos chicas y me matriculé en un máster que me sirvió como excusa para cumplir una de mis grandes metas de adolescente. Han pasado ya algunos años desde que me propuse venir, y lo que entonces parecía tan impensable hoy es una realidad. Una realidad que puede que llegue a su fin dentro de unos meses o que se prolongue un poco más en el tiempo, quién sabe. Pero qué más da, hoy estoy aquí, con las montañas nevadas a lo lejos, con el frío del carajo que me aprieta las carnes desde bien temprano, con las chaladuras compartidas con mis compañeras de piso, con el olor a incienso y especias de las calles circundantes a la catedral, con ese aire entre contemporáneo y arabesco que envuelve la ciudad. Y, de momento, prefiero no pensar en nada más.

Si esta locura que me ha dado ahora por escribir se mantiene dentro de un tiempo, ya iré dejando constancia en cada escrito de que soy una firme defensora de vivir el presente. Tengo mis nostalgias, me dan mini pellizcos en el corazón al recordar algunos momentos pasados y reconozco que conforme voy cumpliendo años me muero de miedo al pensar en lo que pueda ocurrir en el futuro, pero defiendo firmemente vivir el presente, porque es la única certeza absoluta que tengo. Y mi presente se llama Granada, Cartuja, tardes de estudio y noches de fiesta y resaca, viajes en bus, días entre el mar y la montaña, entre los más de veinte grados de mi cabo y la rasca que me impide desprenderme del plumón ya entrada la primavera. Mi presente se divide entre amigos que me reciben al pasar algunos días en mi mar,  y varios otros que incipientemente comienzan a serlo. Muchos de ellos, la mayoría, se irán. Acabará el máster, cada uno tomará un rumbo diferente y se acabará todo ésto. Con el tiempo, borraré sus números de la agenda de contactos y puede que algún aislado like en Facebook sea lo único que nos mantenga mínimamente conectados. Y qué más da. Los recordaré y sonreiré al hacerlo, estoy segura.
Ahora estoy aquí, ahora vivo mi aventura granadina. Lo conseguí. Se acabará, lo sé. Quizás tenga que volver, quizás me toque renunciar a mucho de lo que ya he logrado. Pero ahora mismo no importa; sólo sé que estoy aquí, que he conseguido lo que de adolescente me parecía tan lejano, que me he demostrado a mí misma que puedo renunciar a lo que no me conviene y luchar por lo que verdaderamente deseo, y eso es lo único que me importa. 

Granada me está curando el corazón, me está dando energías renovadas. Y es la plena constatación de que los sueños, las metas, con paciencia y esfuerzo se cumplen. Nada más importa; yo me quedo con los atardeceres desde Cartuja y la vida que poco a poco estoy construyendo en este lugar. Y más adelante... Ya veremos.





martes, 21 de marzo de 2017

Un lugar sólo para mí

Un pequeño aporte poético para conmemorar el Día Internacional de la Poesía. La poesía no es sólo del que escribe, sino también del que la siente y la hace suya. 
Feliz día, poetas y lectores. Sigamos inyectando esperanza, locura y pasión en cada verso.


Un lugar sólo para mí


Yo no vine aquí
para que tú me olvidaras,
                        [tampoco]
para aprender a olvidarte.

Yo vine a este lugar,
sangrando tempestades,
buscando cobijo en esta luz,
huérfana de calor y sosiego.

Vine a este lugar 
esperando olvidarte
mucho después de que tú olvidaras
quién era yo sin ti.

Llegué sin nada,
me fui sin nada,
grité para nada,
me perdí allí.

Vine a este mar,
que ya era mío antes de ti,
que seguirá siéndolo 
después de nosotros.

               Para siempre.






sábado, 18 de marzo de 2017

La naranja entera

Últimamente estoy comprobando con cierto pesar que la gente tiende a desarrollar relaciones de dependencia con sus parejas. No todo el mundo lo hace, claro está, pero navegando por las redes he podido ver ciertas declaraciones de amor que me llevan a pensar dónde está la delgada línea entre el amor y la obsesión.
No es que una sea especialmente experimentada en cuestiones amorosas, pero algo sé. Al menos, lo suficiente como para detectar las incipientes señales que conducen a la dependencia, a la necesidad enfermiza de relacionarse con la pareja, de mantenerla a nuestro lado las veinticuatro horas del día, de asegurarnos constantemente de que nos es fiel en cuerpo y mente. Y no lo sé tanto por experiencia propia sino por haber conocido relaciones tóxicas que, francamente, me han preocupado bastante por lo irracional del asunto. 
Hoy en día, parece muy normal decirle a nuestro novio/a frases del tipo "no puedo vivir sin ti", "te necesito" o "eres mi vida entera". Y, a ver, una, que ha estado enamorada, bien sabe que ese sentimiento nos puede llevar a desear pasar mucho tiempo junto a esa persona, que la vida puede ser mejor, más maravillosa, cuando nos besa, sonríe y abraza. Pero es que precisamente esa vida (que es sólo tuya, por cierto), no depende de nadie. Ni siquiera del amor de tu vida, si es que aún lejos de la vejez tienes los arrestos suficientes para afirmar que ya lo has encontrado. Tu vida depende única y exclusivamente de ti, de nadie más. No va a venir nadie con una varita mágica a proporcionarte felicidad eterna, a asegurarte interminables días de dicha y exaltación. No, no funciona así. Te enamorarás, serás feliz, disfrutarás de la compañía del amado y probablemente no la cambiarás por ninguna otra cosa en el mundo, pero, por todos los dioses olímpicos... No caigas en la visión coelhista de que esa persona a la que tanto quieres tiene tu vida en sus manos. Ámala, quiérela, disfruta todos y cada uno de los instantes a su lado, pero conserva tu independencia, tu integridad. Lucha por tus metas, márcate objetivos claros y trabaja para alcanzarlos, esfuérzate por intentar llevar la vida que te gustaría tener, pero no te abandones a la falsa creencia de que el amor te salvará para siempre. El amor podrá hacer tu vida más bonita, más feliz y próspera. Tendrá un efecto balsámico en tus días más tristes y hará inmejorables los momentos más especiales, pero a este mundo no hemos venido solamente a querer a los demás. 

No, basta. Éso es lo que nos han hecho creer con tanta parafernalia sentimentalista, con tanta frasecita motivacional que pulula por Tumblr y Facebook alabando las bondades de la vida en pareja que, por otro lado, las tiene. Pero no lo llevemos al extremo, por favor. Amar y ser amado es maravilloso, pero no necesitas a nadie para ser feliz. Sé feliz siempre, por ti mismo, porque te respetas, valoras y crees en ti. Y entonces, que venga un nuevo amor y complemente esa felicidad, te anime a crecer y haga de la vida algo mucho más bonito, pero ten muy claro que antes de que él o ella llegara, tú ya eras feliz. Tú ya eras una persona con planes, con costumbres y manías, con amigos y conocidos, con una vida. En el momento en que olvides ésto y comiences a pensar que si tu pareja te faltara ya nada tendría sentido, comenzarás a desarrollar un sentimiento de dependencia que te hará sufrir más de lo que imaginas. Y no, no será sano ni para tu cuerpo ni para tu mente, porque tu vida, tus planes, tus ideas, pensamientos y acciones girarán en torno a una persona a la que, al igual que a ti, debería importarle tu felicidad tanto como la suya propia. 
No lo veo egoísta, francamente. Es una cuestión de pensar que alguien puede querernos muchísimo y bajarnos la luna y las estrellas si es preciso pero, aunque nos duela, esa persona se puede marchar algún día. No tiene que ser por algo especialmente traumático como una infidelidad sino, simplemente, porque el amor se haya ido desgastando, o porque lo que os separe sea más poderoso que lo que os una. Y entonces, ¿qué harías? ¿Reconstruirías pedacito a pedacito los escombros de esa integridad que hiciste saltar por los aires cuando le juraste que le querías más que a ti mismo? ¿Te alejarías del resto del mundo a un oscuro y solitario rincón, autoflagelándote y tratando de convencerte de que ya nada, absolutamente nada tiene sentido? No parece algo demasiado atractivo, la verdad.
O el amor nos está volviendo locos, o ya estábamos locos de por sí y el amor ha venido a empeorar las cosas, quién sabe. Lo que sí es cierto, amigo mío, es que en esta vida la única persona que te va a querer incondicionalmente eres tú mismo. Así que haz el favor de quererte, cuidarte, respetarte y valorarte como mereces. Y después, enamórate, o no. Da igual. 

El día en que te mires al espejo y no te falte nadie a tu lado sabrás que no necesitas a tu media naranja, porque tú ya eres una jugosa, fresca y flamante naranja entera.


jueves, 16 de marzo de 2017

La suerte es de los que escriben

Ni yo misma sé muy bien lo que estoy haciendo, pero por ahí dicen que la suerte es de los valientes. Yo creo que escribir también lo es.  No sé a ciencia cierta si seré valiente o no, pero desde hace bastante tiempo tenía unas ganas locas de volver a poner en palabras todo lo que se me va pasando por la cabeza (y el corazón).

El caso es que esto del blog no me pilla completamente de nuevas. Hace unos cuantos años solía pasar más madrugadas de las que mi bienestar me lo permitía desahogándome, escribiendo algo parecido a poesía y relatos cortos y conociendo a gente maravillosa a través de esta pequeña ventanita que nos permite dar rienda suelta a eso que llevamos dentro, a lo que nos inquieta y preocupa, pero también a lo que nos emociona y hace que cada día nos levantemos de la cama.

En aquellos años de adolescencia e incipiente juventud sentía la creciente necesidad de reflejar en un espacio como este todas esas emociones que en mi día a día no era capaz de expresar, y de ahí nació mi anterior blog. De ahí, y de alguna que otra amarga experiencia que me mantuvo en jaque durante bastante tiempo, pero esa es otra historia que pertenece al pasado. Ahora, con la perspectiva que varios años más han puesto sobre mis espaldas, tengo la intención de retomar la pluma y el papel y dejarme caer por aquí de vez en cuando. Al menos, tanto como pueda y me apetezca. Así que quien tenga a bien visitar este pequeño espacio será muy bien recibido, aunque me temo que durante un tiempo tendré que hablarle a las paredes. Y qué más da; de momento lo que más me importa es volver a escribir, aunque sea de vez en cuando. No hay nada que me alivie, ilusione, entretenga y desahogue más que dejar que las palabras fluyan solas y que la imaginación haga el resto del trabajo.

Así que bueno, hecha la presentación inicial, démosle la bienvenida a este nuevo cuaderno de bitácora. Quién sabe lo que pueda durar... Lo único que puedo afirmar con total seguridad es que me alegro de haber vuelto, de regresar lentamente a mis orígenes.

Nos leemos.